miércoles, 12 de enero de 2011

El tiempo pasaba y ella seguía allí. El reloj de arena que tenía sobre la mesa no paraba, la arena caía grano a grano y ella seguía allí, observándolo, viendo como corría el tiempo y sabiendo que cada minuto que pasaba ella tenía más ganas de verle. Decidió salir a la calle, justo cuando el último grano cayó, con unas inmensas ganas de verle. Se puso la bufanda y el abrigo y salió corriendo a la calle esperando encontrarle. Fue al parque, situado en la siguiente calle en la que ella vivía, allí siempre estaba el chico, pero ese día no, perdió la esperanza por completo y comenzó a caminar. Cuando llegó a casa solo quería pensar en los momentos que había pasado con él y para ello se tumbó en la cama. Empezó a recordar y una gran sonrisa le apareció, finalmente se durmió. Al día siguiente volvió a salir pero sin ninguna esperanza, pero de pronto alguien le llamó por detrás, era él, el chico por el que ya había perdido la esperanza de ver. Comenzaron a hablar. Él le dijo:
He venido aquí esta noche porque me he dado cuenta de que quiero pasar el resto de mi vida con alguien. Y quiero que el resto de mi vida empiece ya.

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